
Y al parecer con la que Virgilio mantuvo una breve aunque gran relación afectiva, pues el día en el que está murió repentinamente, ordenó celebrar unos lujosos funerales con plañideras, banquete de despedida al que invitó a numerosos invitados, desfiles, poetas que cantaban las virtudes del insecto e incluso erigió en su jardín un panteón que albergara el cuerpo del fenecido animalito para la eternidad. El total de gastos durante las exequias ascendió a 800.000 sestercios, lo que traducido a una moneda de la actualidad vendrían siendo unos 120.000 euros.
Hasta aquí seguramente compartamos la opinión de sus más allegados de que al poeta parecía haberle sobrevenido algún tipo de maldición o castigo divino que le hubiera causado semejante locura. Sin embargo nada más lejos. Y es que Virgilio era un tipo sumamente inteligente, y con contactos, por qué no decirlo. Estos le habían informado de que el triunvirato iba a aprobar una ley por la que se iban a expropiar numerosos terrenos para entregárselos en pago por sus servicios a soldados veteranos de las legiones. Los únicos terrenos que quedaban exentos de esta ley serían aquellos en los que se ubicasen tumbas al considerarlos un lugar sacro.
Finalmente, cuando llegó la orden, el gran jardín propiedad del escritor no pudo ser expropiado al encontrarse en su recinto el panteón de la diminuta mosca.
Fue esta una jugada maestra. Nadie pudo rebatirl un ápice sobre la legalidad del entierro ya que la enorme cantidad de dinero gastada por Virgilio durante los funerales fue mayúscula, demostrando el cariño que le tenía al insecto. Y el triunvirato hubo de resignarse a poseer algo que le hubiese pertenecido... por una mosca.